Relatos. 2 Junto a mi Chardonnay
El segundo relato es el ganador del I Concurso de Relato Corto de Aventuras CPEPA Margen Izquierda en el que ha participado el alumnado de ESPA I. Su autora es Marisa Aulaso del grupo de mañana.
JUNTO A MI CHARDONNAY
Otra vez me levanté con esa sensación de no haber
descansado, y además sentí que mi rodilla estaba entumecida, dolorida. Algo no iba bien. Tenía pesadillas o, más bien, sueños incómodos, raros.El día fue pasando poco a poco, deseando llegar a casa del trabajo. Mi plan
era: mi pijama, una buena copa de Chardonnay con algunos quesos y patés. Estaba
demasiado cansada para meterme en la cocina.
Por fin, mi sofá. Di buena cuenta de los quesos y me entretuve mirando mi
serie.Poco a poco el sopor se apoderó de mí. ¡Oh, qué maravilla, qué bien se está en
casita! Fui acomodándome en el sofá. De repente, noté unos pinchazos en mi zona dorsal
pero... yo quería descansar. Traté de acomodarme una vez más. Un dolor punzante
me hizo incorporarme. Caminé por el salón. Otra punzada muy fuerte me hizo
perder el equilibrio. Esto ya comenzaba a asustarme. Respiré profundamente,
tratando de tranquilizarme. Un sonoro chasquido, acompañado de un crujido, casi me hizo perder el
conocimiento.Caminé poco a poco hacia el baño, pensé: una ducha me hará sentir mejor. Un frío tremendo recorrió mi espina dorsal. Todas y cada una de mis vértebras
se fueron recolocando. Mis escápulas se contrajeron y noté cómo algo duro salía
debajo de ellas.
El terror se apoderó de mí. Mi cuerpo estaba sufriendo una mutación. Dos
protuberancias emergían de mi espalda. Sentí un dolor atroz, como si me
partieran en mil pedazos. No sé cuánto tiempo estuve sin conocimiento. Cuando
me desperté, sentí paz. No había rastro de aquel terrible dolor físico. Me puse
en pie y sentí como si un peso tirase de mi espalda hacia el suelo. Tuve que
incorporarme hacia adelante para contrarrestar. Apoyé mi mano derecha sobre mi rodilla y me erguí. Traté de salir del salón
para dirigirme hacia mi habitación. Allí se hallaba el espejo, un espejo de
cuerpo entero. Eso necesitaba, mirarme, saber qué narices le estaba pasando a
mi cuerpo.
Me quedé estupefacta, boquiabierta, cuando vi mi silueta reflejada en el
espejo. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Tras de mí, majestuosas,
de un blanco tan intenso, casi cegador, me habían salido alas. ¿Cómo era
posible? Puse mis brazos en cruz, y aún sobrepasaban mi envergadura.Era algo mágico, algo celestial, de inmensa belleza pero ¿por qué me había
ocurrido esto a mí?, ¿para qué me había ocurrido esto? Las alas tendrían algún
propósito. Deberían servir para algo.
Giré en círculo por la
habitación, lo más rápido que pude y, entonces, las alas se desplegaron en
vertical y mis pies se separaron un palmo del suelo. ¡Dios, me había elevado! Tenía
que probar si era capaz de volar pero ¿dónde? Esto parecía peligroso. ¿Y si
no funcionaban?
Por suerte, ya estaba bien
entrada la noche. Imaginé que a esas horas todos dormían. Cogí una sábana y, a
modo de capa, me la coloqué en la espalda. Me dirigí a mi coche. Recordé
un descampado no demasiado lejos de casa. Me costó casi media hora
entrar en mi pequeño automóvil. Cuán difícil puede resultar meter semejantes
alas en un Dacia Duster. Tuve que tumbar el asiento hacia atrás y conducir con
la puntita de mis dedos. No se puede decir que yo sea altísima, soy más bien de
tamaño reducido. Metro y medio, más o menos.
Por fin llegué al descampado.
Desde luego allí había mucho espacio. Giré y giré como una peonza, y mis pies
se elevaron igual que en casa. Tomé impulso y levanté el vuelo. Volví a
impulsarme y conseguí manejar la situación. Puse mi cuerpo en horizontal y
comencé a planear. Estaba volando. Abrí mis brazos y a su vez mis nuevas alas
de par en par. Sentí el aire en mi rostro. ¡Qué maravilla de sensación! Tomé
altura, me elevé más aún. Comencé a controlar mi cuerpo y cada uno de mis
movimientos. Sobrevolé mi ciudad. Las luces se veían cada vez más pequeñas.
Pero ¿cuánto era capaz de subir?
Bajé un poco para apreciar
las vistas. Vi el Ebro como una arteria que bañaba la ciudad. Un plano
contrapicado del Pilar me ofrecía el más majestuoso palacio de cuento de hadas,
la Aljafería, fortaleza custodiada por un rey árabe.Todos mis sentidos estaban
alerta ante miles de sensaciones. Yo era como Campanilla sobrevolando el país
de Nunca Jamás.
Entonces siento ganas de
estornudar. Seguro que ya me he constipado, llevo sólo un pijama y el cierzo es
traicionero… ¡Atchús! Abro los ojos. Una
lengüecilla áspera y unos bigotitos se habían apoderado de mi nariz. Mi gato,
Tokio, reclamaba mi atención.Y me vi de nuevo en mi sofá,
sin alas… y sin castillo de cuento de hadas, sin fortaleza.
Puede que deba plantearme
dejar lo del Chardonnay.
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